martes, 19 de julio de 2011

Hoy, mientras revolvía unas olvidadas cajas, me he reecontrado con un poema que escribí hace bastantes años. Al instante supe qué era y porqué lo escribí.

Y es que hay algo de "magia" en esto de escribir, que duda cabe. Como en un sueño, he revivido instantáneamente imágenes y sentimientos que no habían vuelto a salir al exterior... hasta hoy. Ahora, por fin, vuelven a formar parte de mí.

El poema está dedicado a un eucalipto que había en una glorieta, a pocos pasos de mi casa. Y digo "había" ya que tuvo la mala fortuna de interponerse en las obras de nuestro amadísimo metro de la ciudad de Sevilla.

En nombre, también, de todos aquellos árboles que han sufrido un destino similar y que seguro que tienen un hueco en el recuerdo de miles de seres humanos.





Columna jónica verdecina,
compañera de olores y de vida.
Amiga invisible, convecina,
siento en mí el dolor de tu herida.

-Déjame besar tu frente
de corteza descosida.

Desde tu pedestal de cemento
ves nidos donde el amor fermenta.
Conversas y juegas con el viento,
sonriendo al sol que nos calienta.

-Déjame coger tu mano
y ver tu derrota lenta.

Solo escucho ahora el quebranto
silencioso de tus vetas blancas,
el desgarro mudo de tu canto
y de tu cuerpo inmerme en la cuneta.

-Deja que grabe en mi mente
la rapsodia de un poeta.

Me pregunto cuál será tu sino,
si tu mente será solo olvido.
Espero que encuentres el camino
que el corazón del hombre ha perdido.

Déjame decirte, hermano:
"Tu corazón ha vencido".