domingo, 4 de diciembre de 2011

"El segundo fruto"

Anoche caí en el infierno. Até la soga al techo y su roce en mi cuello acabó con la oscuridad.

Sé que dirías que ese nunca puede ser un final, que el suicidio es el camino más corto hacia la nada, que así ya nunca podrán ser posibles el arrepentimiento y el Cielo. Lo sé. Pero no me importaba, porque ya no comprendía dónde estabais.

La habitación se había convertido para mí en un sordo y estremecedor aullido, en un sepulcro abierto y vacío. A la luz de la vela, con sus sombras ondulantes, cada anochecer era una guadaña negra afilada de llanto, una invitación de baile eterno con el sueño. Y es que siempre en la esquina el corazón dejaba de latir. El lecho de paja me extendía vuestros brazos y yo quería cruzar ese umbral, acabar con el horror y conocer la verdad.

Anoche vi el infierno, y no era más que una luna de fuego frío abrasadora. Su luz iluminó la súplica de tus ojos mientras sus manitas inmóviles, las tuyas y la cruz erais uno para siempre. Presencié las tormentas en el cementerio y cómo la cajita de madera se fundía con la tierra.

Varé en el espanto de tu limbo, en aquel confuso lugar sin purificación que os arrastró a los dos. Intenté nadar sin fuerzas, extenuado, guiado por las plegarias de tu voz ante la esperanza de un Cielo abierto para tus entrañas, por la misericordia de un ente todopoderoso y justo. Pero me ahogué en el lecho, cerrándote los párpados. Me hundí en el odio y en el miedo y olvidé.

Sin embargo anoche recordé. Subido a la silla y abrazado a la cuerda en la garganta, un martillazo de vida trituró las cadenas. Solo fueron una palabra, “dada”, y unas risitas de ángel desnudo sin alas. Jugueteaba con mi zapatilla tumbado en la paja y miraba hacia el techo con felicidad. Desaté la soga, bañé su cuerpo en la calidez de mis lágrimas y por fin os encontré.

Anoche salí del infierno, acabé con la oscuridad, descubrí que siempre estaríais aquí.

"La barra del bar"

Mucho tiempo hace ya desde que colgué mis últimas palabras por aquí... Hoy me he dicho a mí mismo "¡No puede ser, hay que ponerle remedio!". Así que, como tengo un par de relatos cortos que escribí hace ya algún tiempo que menos que compartirlo con vosotros, entes abstractos, indefinidos y sin nombre (pero humanos, demasiado humanos...) que pululáis por la red perdidos, como peces atrapados en una red satudara.

Aquí va uno titulado "La barra del bar":

- ¿Tú crees en Dios?- la voz le salió entrecortada.

- Hombre, no sé qué decir…- dijo el camarero mientras secaba uno de los vasos y lo dejaba bocabajo en el fregadero.

- Pues solo eso, que si crees que existe Dios. ¿Sí o no?-

- No sé, algo tiene que haber ¿si no porqué todo ese rollo de las religiones?-

- Pues yo no creo en Dios.- dijo mientras terminaba su copa y la ponía cerca del camarero. Éste la cogió, mirándolo de reojo, la lavó y secó cuidadosamente y la situó junto a la otra.

Dos bombillas colgadas de cables dejaban varias zonas del bar prácticamente a oscuras mientras en las otras se instalaba una difusa penumbra. En la esquina de la barra un hombre tosió, se levantó lentamente de su taburete y se dirigió al servicio. Un minuto después salió, pidió un güisqui solo con hielo y se sentó de nuevo. Desde la radio, encima de la máquina de café, el susurro de una potente voz de mujer cantando una copla inundaba el local.

- Pues yo creo que hay que ser muy tonto para creer en Dios. Anda, ponme otra copa cuando puedas.-

- ¿Lo mismo?-

- Sí, lo mismo.- sacó del bolsillo la cartera y un paquete de tabaco. Cogió un cigarrillo y lo encendió con una larga bocanada.- Porque a ver ¿qué hace Dios por nosotros?- el camarero terminó de prepararle la copa y se la acercó. Éste la cogió y le dio un trago rápido.- No sé, por mí no ha hecho mucho el cabrón.-

- Joder, es que eso no tiene nada que ver con el hecho de si existe Dios o no…-

- ¿Que no? ¿Pero Dios no está para ayudar? ¿¡Entonces para qué cojones está!?-

- No me líes, Paco.- retiró el trapo de su hombro y limpió las marcas de agua de la barra, haciendo levitar por un momento el vaso del otro para posarlo después.- Además hay mucha gente en el mundo como para que ayude a todos. Siempre hay alguien a quien no puede ayudarle y al que le dan por culo.-

- Puede que tengas razón. Pero es triste pensar eso.-

- Será triste o lo que sea, pero así debe de ser.-

Paco estampó su cigarro contra el cenicero. Enfrente había un espejo sucio con un borde donde se alineaban diferentes botellas de alcohol, la mayoría de ellas casi vacías. Su cabeza estaba a su misma altura y se veía el rostro, sesgado y multicolor en la negrura. Un poco más arriba aparecía la pequeña calva en movimiento del camarero. Abrió su cartera y se la quedó mirando. En ese instante la voz femenina terminaba la canción con una nota alta, prolongada y desgarrada. Apartó rápidamente su vista de la cartera, la cerró y le dio un trago largo a la copa.

- ¿Cómo están Amparo y los niños?- preguntó.

- Pss, tirando.- dijo el camarero.

- ¿Van bien en el colegio los gandules?-

- Mi chico sí. Siempre trae muy buenas notas y es de los mejores de la clase.-

- ¿Y cómo está el pequeño demonio? Hace tiempo que no le veo el pelo.-

- El pobre está pachucho desde hace unos meses.- el camarero dejó de limpiar la barra y se agarró a ella con los dos brazos.-

- ¿No me digas? ¿Qué le pasa?-

- No lo sé. Le cuesta respirar y se fatiga mucho, sobre todo cuando hace algo de deporte en la calle o en el colegio. Le van a hacer pruebas y el médico de cabecera dice que puede que sea anemia.- el hombre de la esquina volvió a toser con fuerza y le dio un trago largo a la copa de güisqui, vaciándola.

- Vaya por Dios. Espero que no haya problemas y que se cure pronto.-

- Yo también, Paco. Me da pena cuando veo que con la edad que tiene no puede estar jugando como un niño más con sus amigos.-

- Claro hombre, no te preocupes, que para eso están los médicos. ¿Y la mayor como está?-

- Una cruz me ha caído con la joía.-

- Bueno, es que está en una edad muy tonta.- Paco cogió la copa y le dio otro sorbo.

- Va de mal en peor. Lo único que hace es estar en la calle con sus amigas. Y mira que era buena estudiante hace dos años… Y ahora nada, todo suspensos.-

- Si es que vaya tela con la juventud de hoy en día.-

- Solo piensan en pasárselo bien. Igualito que nosotros a su edad.-

- Yo con la edad de tu mayor ya llevaba dos años por lo menos en una fábrica de sombreros. ¿La escuela? ¡Joder, ojalá hubiera podido ir! Por los cojones lo hubiera desperdiciado.- sacó de la cajetilla otro cigarro y lo encendió.

- Es lo que hay, qué se le va a hacer.-

Al final de la barra el hombre de la copa de güisqui llamó al camarero. Tenía la tez blanquecina y el pelo negro, plagado de canas que bajaban hasta extenderse hacia una barba corta y rala. Frente a sus ojos sostenía un folio que había dejado de leer, apoyándolo en la barra empapada de agua. Se quitó las gafas y frotó sus ojos con los nudillos. El camarero, con un movimiento rápido, colocó la bayeta sobre su hombro y se dirigió hacia el. El otro con la mano le hizo un gesto para que se acercara un poco más, quedando los dos a menos de una cuarta.

Del exterior no llegaba sonido alguno, aún cuando la puerta estaba entornada, y penetraba en el bar un aire frío que hacía bambolearse una de las dos bombillas, que estaba cerca de la entrada. La oscilación creaba una danza de sombras en el techo, un baile caprichoso. A veces era lineal y pendular, y parecía un gran reloj de pared que marcaba los segundos con cierta rapidez, pero en otros momentos era ligeramente circular, elíptico. Paco apartó la vista del techo y le dio otro sorbo al licor. En la radio comenzaron los vivos acordes de otra copla y la voz de una mujer se destacó con claridad.

Me lo dijeron mil veces mas yo nunca quise poner atención.

Cuando llegaron los llantos ya estabas muy dentro de mi corazón.

Te esperaba hasta muy tarde

ningún reproche te hacía

lo más que te preguntaba

era que si me querías.

Y bajo tus besos en la madrugá

sin que tu notaras la cruz de mi angustia solía cantar…

Te quiero más que a mis ojos

te quiero más que mi vía…

más que al aire que respiro

y más que a la mare mía.

El camarero había vuelto a donde antes se encontraba y, abriendo la caja registradora, cogió algunas monedas y se dirigió hacia el hombre de la esquina. Otra vez quedaron ambos en la misma posición de antes. Tras varios segundos le acercó las monedas que llevaba en la mano, mientras éste retiraba su cuerpo ladeado de la barra y posaba la mirada en el suelo, cabizbajo.

- Muchísimas gracias, no sabe lo que significa para mí.- dijo.

- No hay que darlas, hombre.-

Llorando junto a la cuna

me dan las claras del día

mi niño no tiene pare

que pena de suerte mía.

El reloj que había en la pared, encima de las botellas de alcohol, marcó con un sonido seco las dos de la mañana. El hombre se incorporó del taburete con lentitud, poniéndose las gafas y recogiendo el papel, ya mojado, que había dejado encima de la barra. Levantó sus ojos del encerado y los pasó por Paco y el camarero.

- Vayan ustedes con Dios, señores- dijo, y dirigió sus pasos hacia la puerta, cerrándola al salir. La bombilla comenzó, poco a poco, a decrecer en su danza curva y pasó a ser rectilínea de nuevo.

Paco sacó otro cigarro de la cajetilla y lo encendió. Miró la copa, que estaba a la mitad, y, soltando el mechero, la agarró con la diestra y la apuró de un sorbo.

- Ponme otro trago, anda.-

- No, Paco, ya está bien por hoy, cojones. Además voy a cerrar, que esto ya está muerto.-

- Joder… Está bien. ¿Cuánto te debo?- dijo mientras cogía la cartera.

- Nada hombre, hoy invito yo.- respondió el camarero, que recogió la copa, la lavó y secó cuidadosamente y la dejó junto a las otras que ya estaban limpias.

En la radio había empezado a sonar una bulería rápida y festiva. Alzando el brazo, giró la manivela y la apagó.

martes, 19 de julio de 2011

Hoy, mientras revolvía unas olvidadas cajas, me he reecontrado con un poema que escribí hace bastantes años. Al instante supe qué era y porqué lo escribí.

Y es que hay algo de "magia" en esto de escribir, que duda cabe. Como en un sueño, he revivido instantáneamente imágenes y sentimientos que no habían vuelto a salir al exterior... hasta hoy. Ahora, por fin, vuelven a formar parte de mí.

El poema está dedicado a un eucalipto que había en una glorieta, a pocos pasos de mi casa. Y digo "había" ya que tuvo la mala fortuna de interponerse en las obras de nuestro amadísimo metro de la ciudad de Sevilla.

En nombre, también, de todos aquellos árboles que han sufrido un destino similar y que seguro que tienen un hueco en el recuerdo de miles de seres humanos.





Columna jónica verdecina,
compañera de olores y de vida.
Amiga invisible, convecina,
siento en mí el dolor de tu herida.

-Déjame besar tu frente
de corteza descosida.

Desde tu pedestal de cemento
ves nidos donde el amor fermenta.
Conversas y juegas con el viento,
sonriendo al sol que nos calienta.

-Déjame coger tu mano
y ver tu derrota lenta.

Solo escucho ahora el quebranto
silencioso de tus vetas blancas,
el desgarro mudo de tu canto
y de tu cuerpo inmerme en la cuneta.

-Deja que grabe en mi mente
la rapsodia de un poeta.

Me pregunto cuál será tu sino,
si tu mente será solo olvido.
Espero que encuentres el camino
que el corazón del hombre ha perdido.

Déjame decirte, hermano:
"Tu corazón ha vencido".