jueves, 15 de julio de 2010

James Ensor, el "pintor de las máscaras"

Estamos en la década de 1880. En las ciudades de toda Europa se está gestando, después de varios años de descanso, un período convulso: por un lado las grandes potencias europeas no saben hacer otra cosa que ocupar territorios que no son suyos pero, eso sí, en nombre de la patria y en pos de la mejora de la humanidad, como debe de ser...

Por otro está comenzando la Segunda Revolución Industrial. La luz de gas va dejando paso a la electricidad, el raudo ferrocarril sustituye a las carretelas y carromatos en el transporte, un tipo que se llama Graham Bell inventa un aparato para hablar desde largas distancias, hay gente que comienza a crear edificios en un material que se denomina "acero", aparece un explosivo que se llama "dinamita", e incluso hay algún que otro loco que dice que se puede crear un método de transporte con el cual volar, como lo hacen los pájaros...

Asimismo las ciudades crecen, cada vez hay más habitantes y, a la misma vez, más diferencia económica entre estos. Las máquinas han dejado sin empleo a miles y miles de campesinos que no tienen otra opción que irse a las ciudades y comenzar a trabajar en las fábricas o a sobrevivir como mejor pueden. Sin embargo una pequeña masa de burgueses vive ajena a todo esto y controlando la mayor parte de la economía de las ciudades, mientras otros debaten sobre el nuevo orden de este sistema, denominado "capitalismo", y sobre las teorías de un tipo llamado Marx.

Por esos años había aparecido un movimiento de pintores que pensaban que era vano y ridículo pintar la realidad. ¿Para que pintarla si la fotografía ya nos da copias exactas de ésta? se preguntaban estos. Así que comenzaron a pintar las impresiones subjetivas que en ellos ejercían las imágenes de la realidad. Mas adelante serían bautizados con el nombre de "impresionistas". Como no podía ser de otro modo el público, en su inmensa mayoría, ignoró estas pinturas. Pero hubo un grupo de artistas que dijeron ¡Claro! ¿Para qué pintar la realidad? Lo que importa es el cómo yo la perciba, expresar los sentimientos personales y subjetivos que me crean, y continuaron su labor. Por derivación se les conoció como los "post-impresionistas".

En definitiva, las cosas están cambiando, y a un ritmo endiablado. De una sociedad prácticamente pos-feudal y una pintura adocenada y al servicio del Estado se está llegando, apresuradamente y sin estadios intermedios, a otra capitalista, donde lo importante es la producción, la velocidad. Las relaciones sociales, al ampliarse y rebasar el clásico modelo de la familia y la vecindad y perderse en una maraña de nuevas formas (por supuesto, siempre en lo referente a las clases altas) están tergiversadas, tanto más si añadimos los nuevos intereses que conlleva el naciente capitalismo. Es como si el ser humano también estuviese cambiando, escondiéndose detrás de una máscara, ocultándose a sí mismo porque lo importante es el progreso, no él mismo.


Eso mismo es lo que nos plantea James Ensor en sus pinturas. Formado en la Academia Real de Bellas Artes de Bruselas, una más de tantas, en la que se aprende de todo menos pintura moderna, pronto comenzó a crear un mundo personal, imbuido de una visión crítica de la sociedad contemporánea. Para Ensor la nueva sociedad ha cambiado al ser humano. El mundo se ha convertido en un gran circo lleno de novedosos espectáculos. En una sociedad en la que, como por esos años dijo Nietzsche, "Dios ha muerto, y lo hemos matado nosotros...", el sentimiento religioso se convierte en una función cómico-tétrica y, por suspuesto, de masas. Es lo que nos presenta en el cuadro "La Entrada de Cristo en Bruselas" (1888). Las masas de "pseudocristianos", disfrazadas y enmascaradas, asisten a un desfile fastuoso en el que, más que Cristo, lo importante es identificar a este personaje con el Socialismo y, en suma, politizar la religión y celebrar el poderío de la nueva sociedad. Nos es extraño que este Cristo no se sienta identificado con sus nuevos creyentes y que esté ciertamente molesto porque se le instrumentalice y hayan desaparecido los verdaderos "cristianos". Por eso en el cuadro "Varón de Dolores"(1892) parece tener un cabreo monumental. Parece preguntarse "¿por estos farsantes voy a sacrificarme?".

Jean Jacques Rousseau decía:"La naturaleza ha hecho al hombre feliz y bueno (lo cual es discutible), pero la sociedad lo deprava y lo hace miserable". Las pinturas de Ensor vienen a confirmar esta afirmación. Quizá no crea, como Rousseau, en la felicidad del ser humano primitivo, pero sí que la nueva sociedad lo ha modificado. Una idea constante en su obra es la presencia de la Muerte. Pero no como concepto dramático, romántico y simbolista. Es más bien una muerte irónica, casi irrisoria. Es la muerte de alguien que se ha dejado matar y que, incluso, ha contribuido a su propia muerte. Es una muerte "ridícula" y, como casi todo lo ridículo, humorística. Es lo que nos presenta en la obra "La Muerte persigue el rebaño humano" (1896). Además es una muerte "egoísta". Cada cual muere queriendo imponerse sobre el otro, como vienen haciendo los estados autoritarios con sus colonias, o los nuevos empresarios y burgueses capitalistas. En la obra "Dos esqueletos y un ahorcado" (1891) los dos "muertos" se disputan un cadáver que cuelga de la pared con el único fin de comérselo. Seres enmascarados asisten al suceso, algunos armados, esperando sacar tajada propia.

La pintura de Ensor es casi inclasificable, de ahí que sea única y singular. En esos momentos lo postimpresionistas (Van Gogh, Gauguin...) están pintando pero en un ámbito más alejado, en el sur de Francia. Por otro lado dominan las corrientes simbolistas, más o menos ancladas en un cierto clasicismo con pocos pintores que propongan algo diferente (Odilon Redon, Gustave Klimt y poco más). Ensor propone algo diferente. Por un lado para él el simbolismo no es interesante porque se aleja de la realidad y además, pictoricamente, no es novedoso. Por otro los postimpresionistas, si es que realmente llegó a conocerlos, pues son contemporáneos, le proponen algo distinto como es interpretar subjetivamente la realidad, pero sin trascenderla, es decir, sin plantear ideas a partir de esta creando "irrealidades reales", por decirlo de alguna forma.

Para Ensor la pintura tiene que ser instintiva, de poco o nada vale "pintar bien", lo "naif" (ingenuo) e incluso lo infantil puede valer siempre que conduzca a tergiversar la realidad y transformarla en algo diferente, que es en lo que se está convirtiendo. Por eso sus pinturas y dibujos a veces parecen realizadas por niños y representan un mundo de ensoñaciones propias de una edad infantil, de la inocencia. Es decir, lo importante no es cómo se cuenta (todas las formas son válidas) si no qué se cuenta, expresar la forma propia de interpretar la realidad, incluso saliéndose de esta.

Por eso mismo a Ensor se le podría considerar como uno de los padres, junto a Edvard Munch, del Expresionismo. Por otro lado los temas a veces irreales y fantasiosos que lleva a cabo lo ponen casi a las puertas, o por lo menos como antecesor, del Surrealismo. Pero, por encima de esto, fue un pintor de su tiempo. Supo contemplar la realidad sin anteojeras y plasmar en sus cuadros una visión del mundo personal y crítica. En muchos sentidos su pintura no es más que la representación cínica de la absurda muerte del ser humano como tal, de su transformación en algo distinto, pero en nada en concreto. En definitiva, tras las máscaras de Ensor se esconde el desconocimiento que el hombre tiene de sí mismo, la deshumanización del "ser humano" que se ve obligado a no ser persona, sino una simple máscara adaptable y cambiante a la realidad.